La Habana (PL) Tras tres décadas sigue impune el magnicidio del exprimer ministro sueco Olof Palme, cuya investigación tuvo un drástico giro cuando recientemente la Fiscalía de Suecia anunció la reapertura de este caso que arrastra incertidumbre e incontables teorías.
Así lo hizo saber el fiscal jefe Krister Petersson, quien aceptó gustoso la complicada empresa de arrojar luz sobre la turbia desaparición física de uno de los líderes políticos europeos más importantes del siglo XX.
Palme, que en el momento de su muerte contaba con 59 años, es reconocido como el principal estandarte de la lucha por la igualdad en Suecia y su popularidad como visionario trascendió las fronteras de ese país.
Debido a la relevancia internacional del crimen sin resolver, Petersson aceptó prolongar la pesquisa, un encargo que calificó de «honorable» y oportuno para dilucidar el ataque mortal contra el líder escandinavo, baleado mientras paseaba con su esposa y sin escolta el 28 de febrero de 1986.
Algunas de las virtudes de Palme que le concedieron respeto y devoción entre sus seguidores fueron la sencillez de su vida personal, así como su firme enfrentamiento a la agresiva política exterior estadounidense y la discriminación racial, entre otros rasgos que lo convirtieron en adalid de la justicia.
Tal fue la popularidad de Sven Olof Joachim Palme, que aún cuando en su país los casos no resueltos expiran a los 25 años, cuando el suyo se aproximaba en 2011 a la fecha de caducidad, el parlamento cambió la ley con el fin de llegar al fondo del inexplicable crimen.
«Mi misión es intentar resolver el asesinato. Me siento honrado y la acepto con la mayor de las energías, es una tarea interesante e importante», expresó el fiscal, tras asumir apertura de esta nueva fase de la investigación.
Por otra parte, el Gobierno sueco admitió que no pone demasiadas esperanzas en el caso, ya que -a su entender- considera muy difícil realizar nuevos hallazgos significativos que permitan identificar al asesino de Palme.
Lisbet Palme, la viuda del primer ministro, identificó entonces como presunto autor a Christer Pettersson, un alcohólico y toxicómano que fue declarado culpable en 1989 pero que meses más tarde fue puesto en libertad por falta de pruebas, un contratiempo para la investigación.
Desde entonces se manejaron otros sospechosos de naturaleza variada, como los servicios secretos sudafricanos del apartheid, así como a agentes del dictador chileno Augusto Pinochet o militantes de la agrupación sueca Baader-Meinhof.
La longevidad de la indagación llevó en febrero del presente año -cuando se conmemoró el trigésimo aniversario de su muerte- al jefe del grupo de investigación de su caso, Hans Melander, a considerar la resolución definitiva del mismo como uno de los principales objetivos de su vida.
«Es esa mi esperanza y mi objetivo. Pero no estoy preparado para prometer nada», indicó el investigador, al frente del citado grupo conformado por seis especialistas que de seguro le serán de gran utilidad a Petersson en la complicada empresa a la que devotará todos sus conocimientos.
La incógnita parte de la preocupación de un país entero sobre la dificultad para esclarecer este hecho protagonizado por un criminal hasta ahora desconocido, el cual pudo matar impunemente a quemarropa a un estandarte de esa talla.
POR UNA SOCIEDAD MÁS JUSTA
Poco se ha hablado de los orígenes de Sven Olof Joachim Palme, nacido en Estocolmo el 30 de enero de 1927.
El pequeño Olof nació en una acomodada familia de origen holandés y alemana cuya privilegiada posición social no impidió que en él crecieran unas incontenibles ansias de igualdad, las mismas que le llevaron a perseguir una carrera política.
Según aseguran relatos de su temprana juventud, los viajes que realizó a países del Tercer Mundo de África y América acrecentaron sus inquietudes, en especial cuando se desplazó a Estados Unidos, donde sintió en carne viva la desigualdad de oportunidades, la segregación racial y su agresiva política exterior.
Es precisamente el país norteño el punto de inflexión que necesitaba el joven Palme para decantarse definitivamente por una labor en pos de conseguir una sociedad más justa, no sólo en su país, sino a nivel internacional.
Específicamente en Ohio obtuvo en 1948 un título de bachiller en artes, pero ya entonces los desmanes sociales que evidenció en América desarrollarían en él unos irrevocables sentimientos de rechazo hacia las altas esferas de la nación de las barras y las estrellas.
Y, evidentemente, tras su ascenso en las esferas suecas los estadounidenses vieron en paladines como Palme una seria amenaza a su hegemonía global.
Durante su ejercicio en el cargo de Primer Ministro defendió a ultranza su oposición a la voraz política exterior norteamericana, específicamente su injustificada guerra con Vietnam, o sus sucesivos intentos de intervenir y desmantelar la naciente Revolución cubana, así como al afán estadounidense de derrocar la Unión Soviética, entre otros temas cruciales.
«Al fin Suecia ha vuelto a lo que tenía que ser, un país pequeño que no tiene por qué andar metiéndose en los líos de los grandes», fueron las declaraciones de un asesor del entonces presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, tras la muerte del inquebrantable mandatario nórdico, una muestra más del enquistamiento que ocasionó en suelo norteño.
Pero Palme fue más que un «alborotador», como Estados Unidos y otras implacables potencias pretenden calificarlo.
El mandatario devino insignia de la convicción de que sin importar raza, credo, opulencia económica o posición geográfica, todos tenemos derecho a soñar con un mundo más equitativo y justo.